Al final del estrecho y oscuro conducto de ventilación pude apreciar algo de claridad. Arrastrándome a duras penas y rozando mi cargada mochila con la parte superior del angosto túnel de la red de ventilación de palacio, conseguí acceder a la habitación. Por fin había llegado a la cámara secreta de la reina.
Avanzar por el interior del palacio de Buckingham no había sido nada sencillo. Estancias amplias alternadas con oscuros pasillos y escalinatas repletas de muebles y otros obstáculos en forma de barricadas, escombros y mobiliario destrozado convertían el camino en una trampa mortal donde los zombis podían sorprenderte a la vuelta de cada esquina. Encontrarse con un grupo tres o cuatro caminantes en un espacio reducido y de poca visibilidad podía resultar fatal. Luego estaba aquella variante eléctrica de no muerto, una extraña mutación aún más temible y resistente. Al menos, percatarse de su presencia con anticipación resultaba sencillo, pues rápidamente en el escáner se producía una fuerte interferencia, las luces parpadeaban y se producían comportamientos extraños en los instrumentos eléctricos. Cuando esto sucede, lo mejor que puedes hacer es desenfundar tu arma más contundente, si es que la tienes, extremar la precaución y salir de esa zona lo antes posible.
La cámara secreta era una habitación pequeña, cuatro paredes, una mesa y un ordenador. En el interior de aquella sala y en ese equipo estaba la solución, la fórmula de la Panacea, la vacuna que podría fin a este horror. Por un momento respiré aliviado, aunque no podía relajarme. Descuidarse un momento en este entorno resultaba mortal y eso es algo que había aprendido viendo morir a otros supervivientes por culpa de un mal paso o una mala decisión, gente como yo que había pasado a formar parte de una macabra milicia compuesta por cadáveres andantes sedientos de sangre. Te arrancaban la piel a mordiscos y te devoraban hasta morir. Ese era tu «cariñoso» bautismo antes de entrar a formar parte de sus filas. Yo no iba a terminar como todas aquellas personas infectadas que ahora vagaban por las calles.
Antes de descargar la fórmula al USB, descolgué el fusil del hombro y me dispuse a recargarlo. Maldito SA80, mierda de arma británica… odiaba el sistema de cargador Bullpup en los rifles de asalto pero además el SA80 era incómodo, poco preciso y su peso estaba descompensado. Antes de que todo este horror se desatara, me ganaba la vida como publicista pero aún recordaba mis días de instrucción en el ejército y la “simpatía” que despertaba en la tropa nuestro fusil de asalto reglamentario.
Desde que se había expandido el virus en Londres, hacía ya quince días, tener en tus manos cualquier tipo de arma era una jodida bendición. Extraje el cargador y lo rellené; también comprobé la pequeña automática de 9mm. Era crucial llevar tus armas de fuego siempre a punto, preparadas para disparar y sin el seguro puesto. Cuando una de esas cosas se te echa encima desperdiciar un segundo, el tiempo que tardas en quitar el seguro de tu arma, puede resultar la diferencia entre la vida y la muerte.
Había terminado de comprobar el equipo; todo en orden, mis armas estaban preparadas para escupir justicia y el USB introducido en el ordenador. Solamente quedaba descargar la jodida fórmula y salir echando hostias de aquel agujero. Y… hablando de agujero, mientras la barra de descarga de la pantalla del PC avanzaba lentamente no podía apartar la mirada de un enorme hueco que había en una de las paredes. En ese instante reinaba un gran silencio en aquella habitación iluminada con una tenue luz roja.
Un sonido proveniente de la pantalla indicó que la operación se había completado con éxito. La descarga de contenido sin la autorización pertinente o tal vez el acceso y la exploración del equipo, fue lo que activó aquella alarma acompañada de un sonoro y terrible ulular. Aquel sonido atraería hasta el último Beefeater no muerto de Londres. Y así fue. Arranqué el pen-drive del puerto justo en el momento en el que dos zombis irrumpían en la habitación. Lo que antaño eran dos militares orgullosos de servir a su país y a su reina ahora eran despojos de uniforme putrefactos con un único instinto, alimentarse a toda costa de algo que se moviera. No vacilé ni un instante. Hasta ese momento había estado reservando cada caja de munición y contando cada bala pero ahora había llegado el momento de usarlas. Levanté el cañón del SA80 hacia sus horribles caras y un sonoro tableteo acompañó la rápida ráfaga que pulverizó sus cabezas. Todo terminó con el tintineo de los casquillos en el suelo.
Atravesé la habitación rápidamente y sin perder de vista el agujero salí de la sala tomando un largo pasillo. Para escapar de aquella zona de palacio había que bajar por unas escaleras y atravesar una antesala inundada, el camino de vuelta que me llevaría hasta los ascensores y de allí a la superficie. Pero el bramar de aquella sirena avisaba a los no muertos de un posible banquete. Podía escucharlos detrás de las paredes, sus pasos arrastrados, el sonido de sus jadeos y esos quejidos que helaban la sangre. Todavía recordaba como durante las primeras horas de la infección, uno de los supervivientes que estaba conmigo había intentado dialogar y detener a un mujer y a una niña infectadas. No se podía hablar con esas cosas, ya no eran humanos. Cuando quiso sacar su arma ya era demasiado tarde, en cuestión de minutos lo destriparon.
Corrí por el largo y oscuro pasillo. El corazón me latía con fuerza, sentía una fuerte presión en las sienes y la pesada mochila saltaba en mi espalda. Mis manos sujetaban el rifle con firmeza. Al doblar la esquina enfilé el principio de la escalera, al final de los escalones pude ver el agua cubriendo el suelo de la antesala y como era de esperar, a un grupo de zombis avanzando hacia los primeros peldaños. Resulta curioso como después de varios días sobreviviendo a un horror como aquel nunca terminas de estar preparado, sin embargo sabes cómo actuar ante ciertas situaciones. Y lo haces prácticamente sin pensar. Casi sin darme cuenta y como si lo hubiera estado haciendo durante toda mi vida, solté la anilla de aquella granada de fragmentación que llevaba sujeta al cinto y que ahora volaba hacia el grupo de zombis. La había estado reservando para un momento como ese. Pegué mi espalda contra la esquina hasta que escuché el fuerte estruendo de la explosión que hizo retumbar las paredes sacudiendo todo mi cuerpo. Un zumbido en mis oídos amortiguaba el sonido incesante de aquella horrible alarma.
El polvo me cegaba y me hizo toser. Al asomarme por la esquina ví como la escalera había quedado despejada. Entre los cascotes y el humo, alcancé a ver un amasijo de cuerpos, miembros y sangre; lo único que quedaba del grupo de zombis. No tenía tiempo que perder, seguramente ese no sería el único grupo que se aproximaba y lo peor de todo, el radar estaba empezando a fallar. Un incesante zumbido eléctrico se acercaba lentamente hacia mi posición.
Me encanta, ni que me viera yo mismo ahí cargándome a esos zombis.
Muy guapo,me ha gustado en especial los datos específicos,como el del SA80 o el de los Beefeaters,me han entrado ganas de dos cosas,comprarme una wii U y matar zombies…no se que pasará antes jajaja
Hola chavales!
Gracias, me alegra que os haya gustado el relato. Las partidas a ZombiU por las noches y a oscuras son de lo más gratificante. Es lo que más me está haciendo disfrutar últimamente.Si tenéis oportunidad, probadlo porque os va a encantar.
Un abrazo!