Siempre se agradece que un videojuego ofrezca libertad y alternativas dentro de su planteamiento. Saber que estás jugando a un videojuego de argumento no rígido en el que tus decisiones pueden afectar al trascurso de la historia, haciéndonos ir en una u otra dirección para luego desembocar en diferentes desenlaces, es algo que por supuesto enriquece la experiencia de juego y hace al título muy rejugable, pero lo mejor de todo es esa sensación de cierta inseguridad que tiene el jugador durante la partida. Tener presente y de manera constante la incógnita de cómo actuar o emprender una determinada situación. ¿Me lio a tiros o me cuelo por la parte de atrás? ¿salvo a un determinado personaje secundario o lo sacrifico para mi beneficio? Los videojuegos son tan grandes que en muchas ocasiones llegan a poner a prueba nuestra propia ética.
Dishonored es uno de estos casos, el prometedor título de Arkane Studios contará con tres finales diferentes, una cantidad de desenlaces a los que nos iremos acercando en función de nuestra personalidad y de nuestras acciones. Cuando me encuentro con videojuegos de este estilo siempre hago lo mismo, la primera vez que me inicio en la aventura intento ser un buen chico, hacer las cosas bien. Por supuesto actuar correctamente produce satisfacción, pero convertirte en un ser implacable, ser el lado oscuro siempre ha tenido su atractivo y en ocasiones triunfa sobre lo correcto.